Duality, Patricia Ariel |
A rodearse de gente en un ambiente de griterío y música infernal,
ahora lo llaman fiesta. A beberse litros de alcohol y saltar a ritmo de cuerpos
ahumados y sudorosos lo llaman diversion. Desgastarse la noche y la vida en
antros sin ventilación, robarse besos prohibidos entre paredes sucias y abrigos
olvidados. Rozarse inocente, restregarse inconsciente. Dejarse llevar por manos
impacientes. En algún momento, India también lo había disfrutado. Renacer en
una segunda oportunidad te cambia la perspectiva. Y también te aleja del mundo.
Pero el ser humano es gregario, en el mal y en el peor sentido. Y por
definición ser gregario, te aleja de la individualidad que obliga el
renacimiento. La dualidad confunde y los polos opuestos acaban siendo lo mismo
frente al espejo. Como un neonato que solo ve en blanco y negro, India daba
tumbos en su nueva realidad y se sentía desgarrada por dos tendencias en su
interior: la suya y la ajena.
Quería salir y divertirse, pero no excederse. Quería el sol en su
rostro en una tarde de invierno templado, pero protegida del humo de los coches
y los gritos de los niños. Quería escribir en su portátil y que sus manos
delicadas se rozaran con el papel del cuaderno. Deseaba leer y cocinar al mismo
tiempo. Reír y llorar ante el dolor. Llorar y reír de pura alegría. Y sobre
todo encajar en el maremágnum que era su especie sin perder la esencia que la
volvía especial y única.
Soñaba con la venganza por el dolor pasado y rogaba por olvidar la
muerte súbita que provocó su parada cerebral y la obligó a restaurar los circuitos
de sus neuronas cuando no recordaba la combinación exacta. Añoraba ser un bebé
protegido en el vientre de su madre, esperado y arropado, desconocido, anónimo.
Y al mismo tiempo esperaba poder dejar su huella en el mundo, de una forma
suave y fluída, aún así reconocida.
India se encontró en medio de lo que sus congéneres consideraban una
fiesta, pletórica de ganas de encajar, llena de ruido, incómoda. Y lloró y rió
ante el dolor, y rió y lloró sin alegría. Y en algún momento de la noche, esos
polos opuestos que eran iguales, que antaño se atraían y la hacían sentirse
completa, empezaron a mirarse en el espejo de la realidad y se repelieron como
el agua a una gota de aceite.
Lo peor para India no fue el desgarro. Lo peor fue la obviedad del
mismo. Y toda su lucha por sentirse una más de la manada, quedó reducida a la
frustración de saberse vencida una vez más.
Podéis ver la pintura original y más de Patricia Ariel AQUI