Este es parte
del relato para el ejercicio de Adictos a la Escritura. Al final, se me ha
echado el tiempo encima y no lo he podido terminar. Pero sí me gustaría publicar el
poquito que salió, igual cuando esté de ánimo romántico-erótico puedo
terminarlo.
POSTRE PARA DOS
Dos años de matrimonio y cinco de convivencia, le habían dado mucho y
le habían quitado más. Tal era el pensamiento de Wade mientras volvía a casa el
día de San Valentín. Amaba a su esposa más que nunca. Preciosa, atractiva y
vital. Estaba convencido de que también ella le quería más que a nadie.
Entonces, ¿cuándo había empezado a crecer el hielo entre sus sábanas?
Probablemente el día de su boda. En el mismo momento enque su padre,
confiando en que hubiesen sentado la cabeza, le había ofrecido el sitio que
tenía reservado en su empresa de publicidad. Trabajo que, por supuesto, traía
de la mano una lujosa casa en Magnolia St. Wade apenas lo pensó, había crecido
rodeado de todos los lujos que el dinero de su padre podía comprar. Pero Sylvia
procedía de una familia modesta y ser la esposa de un reconocido publicista la
había asustado sin remedio. Durante el primer mes mantuvo que no estaría a la
altura. Los siguientes se esforzó tanto por ser laesposa perfecta, la
anfitriona perfecta, la perfecta mujer florero, que él no tuvo valor para
rogarle quevolviera a ser la perfecta Sylvia, la mujer de laque él se había
enamorado. Atrevida y sin miedos, ridícula en ocasiones. Y sobre todo ardiente.
En cambio, Wade empezó a comportarse como el marido perfecto, el
trabajador ejemplar e hijo modelo. Y se olvidaron de ser lo que una vez fueron:
una pareja.
—¿Se encuentra bien, señor Tanner? —la pregunta del chófer le sacó de
sus cavilaciones. No se había dado cuenta de que llevaba casi veinte minutos
observando la pulsera de diamantes que era el regalo de su esposa. Maravillosa,
como todo lo que compraba su secretaria.
—Sí, Josh, solo estoy pensando — como cada vez que tenía que cerrar un
contrato, ganar talones de muchas cifras, ser el hombre triunfador que era.
Recordarlo le hizo sonreir… y aventurar—. Nada que no pueda solucionar esta
noche.
Al llegar a casa le dio a Josh lanoche libre. Entró haciendo ruido,
esperando que Sylvia fuera a recibirle. No soltó la pulsera mientras se quitaba
la gabardina y la guardó en el bolsillo de la chaqueta. Si Sylvia quería los
diamantes, tendría que ganárselos. Oyó sus tacones por el pasillo y reprimió
una sonrisa malvada.
—Wade, cariño, llegas justo a tiempo para cenar.
Su mujer apareció con un delantal enorme que tapaba sus curvas y la
ropa, pero incapaz de ocultar el balanceo de sus caderas al andar. Se fijó en
las medias de rejilla y los zapatos de tacón. Tiempo atrás, aquella significaba
que Sylvia tenía ganas de jugar, en esos momentos sólo una pieza más de su
aderezo.
Pero Wade no pudo evitar endurecerse ante la expectativa de recuperar
a su mujer. Sus mejillas brillaban de rubor natural y llevaba el pelo castaño
alborotado, como cuando se conocieron y era incapaz de mantener las ondas
sujetas con horquillas. Aquello le gustó y le dio un hálito de esperanza.
—Estoy muerto de hambre —y el olor que flotaba desde la cocina le
hacía la boca agua—. ¿Has hecho lasaña?
Los labios de Sylvia envolvieron los suyos en un beso rápido. Quiso
creer que había sentido un leve toque de su lengua, pero fue tan breve y
resultaba tan atípico en la mujer que se había convertido que decidió que
habían sido sus ganas.
—Ahora lo verás —sonrió ella colgándose de su brazo—. ¿Qué tal el día?
—Aburrido —caminaban juntos, los pechos de su mujer completamente
pegados a su brazo. Debía de llevar un vestido muy fino porque los pezones
presionaban contra la chaqueta de una forma muy sugerente—. Pero tengo
intención de que mejore.
—Ya somos dos —la sonrisa enigmática de Sylvia empezaba a ponerle
nervioso—. Le he dado la noche libre a la señora Finch.
—¿En serio? —el ama de llaves no había faltado ni un solo día en los
tres que llevaban viviendo en Magnolia.
—¿Crees que no me acuerdo de cómo servirte la cena?
Llegaron al comedor donde la mesa brillaba con la porcelana, la plata
el mejor cristal de bohemia. Había un candelabro con las velas aún sin
encender, justo en el centro. La mano de Sylvia en el bolsillo de sus
pantalones le provocó una erección inmediata que no bajó cuando ella encontró
el mechero que buscaba.
—Sígueme, cielo —el brillo de sus ojos engrosó aún más su deseo—. Te
llevaré hasta tu cena.
Y el aliento se le atascó en la garganta cuando al adelantarse vio que
llevaba el trasero completamente desnudo bajo un liguero de encaje y los lazos
del delantal.
Pese a su apariencia relajada, Sylvia estaba alborde de un ataque de
nervios. Hacía ya tres años que se esforzaba enser todolo que un marido como
Wade podía desear. Nada más casarse, su suegra le advirtió que en la familia
Tanner no se aceptaba sino lo mejor y que esperaba que ella dejara atrás los
hábitos alocados para convertirse en la sofisticación personalizada.
Lo hizo. Aún a costa de dejar a un lado su personalidad y su esencia
para que Wade pudiera sentirse orgulloso de ella. Solo había conseguido sentir
frío hasta en las noches más calurosas de verano.
Sabía que su marido la quería, y era consciente deque la pasión de los
primeros años se desvanecería con el tiempo. Pero los dos eran aún jóvenes y
ella tenía demasiada imaginación para seguir soportando el tedio en el que se
habían visto envueltos. Y si para eso tenía que volver a ser la Sylvia de clase
media y perder un poco del lustre que el pedigrí de su marido le había
otorgado, que así fuera.
Por eso, aquella tarde de San Valentín había dado el día libre al ama
de llaves y, pese a sus protestas, le había ordenado que no volviera en un par
de días. Pasó media tarde en la cocina preparando una cena que Wade jamás
olvidaría y después se relajó en un baño de espuma y aceites. Se embadurnó de
cremas y sacó de lo más profundo de su armario un conunto que haría que a su
suegra le diera una apoplejía. Eso sí, comprado en La Perla.
El encaje del sujetador era toda una obra de arte, a juego con el
liguero y las bragas. En un ataque de locura decidió no ponerse estas últimas.
No se maquilló y tampoco intentó domar sus ondas rebeldes. Se limitó a
ahuecarlas con los dedos. Y, por último, dejó caer cuatro gotas del perfume más
caro de París en lugares muy estratégicos del cuerpo.
Si aquella noche, Wade no se volvía completamente loco, Sylvia pediría
el divorcio.
continuará... o no
Me ha gustado. Espero que saques tiempo para continuar con ello y que nos cuentes qué pasa al final con ese postre.
ResponderEliminarUn saludo :)
Buenas, quizá el San Valentín del año que viene, me inspire un poco más. Este año me han invadido los instintos asesinos. Gracias por pasarte ;)
EliminarUn saludo
Ha estado bien aunque el final no me ha convencido...
ResponderEliminarGracias por comentar!! Y bueno, no es el final. Tenía intención de que el final fuera todo amor y sexo... pero me lo estoy pensando
EliminarUn saludo
Muy bueno, espero que continúe pronto. Felicitaciones :)
ResponderEliminarMuchas gracias por comentar, Inna. Y me alegro de que te haya gustado. Si algún día lo continúo, espero que sea mejor.
EliminarUn saludo